El legado cotidiano de nuestras madres
En Mochumí, un pequeño distrito de Lambayeque, las madres enseñan más que a caminar. Transmiten memoria. Enseñan a tejer con paciencia, a bordar con esmero, a preparar platos que huelen a hogar como el espesado con lo que da la chacra—y a contar leyendas que han pasado de boca en boca durante generaciones. En cada gesto, en cada receta y en cada historia compartida, conservan una herencia cultural que rara vez se escribe, pero que se vive.
A pocos pasos de la plaza central, una estatuilla conocida como la China chola observa silenciosa desde un parque. Su figura, popular y familiar, rinde homenaje a esa mujer mestiza que representa la cotidianidad, la fuerza y la ternura del hogar mochumano. No tiene placa oficial ni gran ceremonia, pero ahí está, como símbolo vivo de ese legado que nuestras madres resguardan día a día, en las cosas simples que construyen identidad.
Este conocimiento cotidiano —aprendido en casa, en comunidad— es parte del llamado patrimonio cultural inmaterial: saberes, técnicas, tradiciones y expresiones que nos definen como pueblo. En el Perú, país de múltiples raíces, son las madres quienes muchas veces mantienen ese legado encendido, tejiendo vínculos entre pasado y futuro sin necesidad de discursos oficiales.

Mujeres que enseñan desde la vida
En muchos pueblos del norte, el aprendizaje no viene solo desde el aula, sino de la convivencia con las mujeres mayores del hogar. Madres y abuelas enseñan a preparar la causa con pescado salado, el espesado, el arroz con pato; a elegir el mejor algodón para bordar o a tejer en las tardes tranquilas, mientras narran alguna leyenda. Sin proponérselo, transmiten siglos de memoria viva, manteniendo encendida la palabra que no está escrita. No lo hacen por formalidad, sino porque forma parte del cariño, de la vida compartida.
Una responsabilidad cultural invisibilizada
Sin embargo, esta riqueza corre el riesgo de desaparecer si no se le da el valor que merece. Muchas de estas prácticas no están documentadas ni protegidas, y la migración o el cambio en los estilos de vida hacen que se pierdan de generación en generación. En este contexto, el rol de las madres como transmisoras culturales se vuelve aún más esencial. A pesar de su importancia, su labor ha sido históricamente invisibilizada por las políticas culturales formales, que suelen centrarse en expresiones artísticas institucionalizadas y no en los saberes que habitan los hogares. Si no reconocemos y apoyamos estos conocimientos, corremos el riesgo de perder no solo tradiciones, sino también las raíces vivas de nuestra identidad como país.
Mirarlas como lo que son: transmisoras de cultura
Reconocer a las madres como portadoras del patrimonio cultural inmaterial es fundamental para revalorar nuestra identidad. No basta con homenajearlas un día al año: debemos incluir sus saberes en las políticas culturales, promover su enseñanza en espacios comunitarios y, sobre todo, escucharlas.
Porque donde hay una madre enseñando a bordar, a cocinar, a narrar, hay un pedazo de historia que se niega a morir. Ellas sostienen una red invisible pero poderosa que mantiene viva la identidad del Perú.