Más allá de los incas y los españoles: una herencia múltiple

¿Con cuál pasado te sientes identificado: el inca o el español?

Es una pregunta que, a primera vista, parece sencilla, pero que en realidad encierra un profundo mensaje sobre nuestra identidad nacional. Desde hace mucho tiempo, el debate gira en torno a esta dicotomía. Por un lado, están quienes idealizan al Imperio inca y lo consideran la época dorada de nuestra historia: un periodo de justicia y bienestar social, abruptamente interrumpido por la conquista española, a la que muchos atribuyen el origen de los principales males que aún enfrenta el país. Por otro lado, hay quienes destacan nuestras raíces hispánicas y, especialmente en tiempos recientes, realzan ese legado como cimiento del desarrollo institucional y cultural del Perú moderno, asumiendo que somos más herederos del Imperio español que del Tahuantinsuyo.

¿Somos solo incas o españoles? El error de una visión binaria

Pero ¿acaso la milenaria historia del Perú puede reducirse a la elección entre dos bloques: incas o españoles? Esta visión binaria, repetida en libros escolares, discursos políticos y representaciones culturales, simplifica una historia mucho más rica, profunda y diversa. Entre esos dos extremos, existe una herencia múltiple, muchas veces invisibilizada, que incluye a los pueblos preincaicos, las migraciones forzadas y voluntarias, los mestizajes culturales y étnicos, y las constantes adaptaciones propias de una sociedad en transformación.

Ilustración artística del Perú colonial (Foto: Pixabay)
El legado andino más allá del Tahuantinsuyo

Partamos de una premisa fundamental: no existe una sociedad «pura», 100 % original o aislada. Todas las culturas son producto de siglos —e incluso milenios— de contactos, fusiones, préstamos y resignificaciones. Por ejemplo, solemos asociar a los incas con emblemas como el tumi, el unku, los quipus, o conceptos como el trabajo comunitario y deidades como Huiracocha. Sin embargo, la mayoría de estos elementos no fueron invención del periodo incaico, sino legados de civilizaciones anteriores.

El periodo imperial inca, que duró apenas un siglo entre 1438 y 1533, se construyó sobre bases muy antiguas. La arqueología nos muestra que muchas prácticas, símbolos y conocimientos que atribuimos a los incas ya existían miles de años antes: los exquisitos textiles de la cultura Paracas (700 a.C.–200 d.C.), los quipus hallados en Caral (2500–2000 a.C.), o las representaciones del dios de los báculos en la iconografía de Tiwanaku y Chavín. El Tahuantinsuyo fue heredero y, a la vez, transformador de una vasta tradición andina.

La compleja herencia cultural de la España que llegó al Perú

Lo mismo ocurre con la herencia española. La imagen de una España homogénea es un espejismo. Durante casi ocho siglos (711–1492), gran parte de la península ibérica fue gobernada por musulmanes, en un contexto de convivencia y conflicto con cristianos y judíos. Este cruce de caminos produjo una rica herencia cultural. La lengua castellana incorpora cientos de palabras de origen árabe —como almohada, aceituna, alcalde, ojalá—, y expresiones culturales como la arquitectura mudéjar, la música andaluza, ciertos dulces y recetas tradicionales, e incluso aspectos de la religiosidad popular, como las cofradías, las procesiones y las devociones marianas con raíces compartidas. España misma es el resultado de una síntesis de culturas, y esa complejidad viajó también al Nuevo Mundo.

Además, los conquistadores no formaban un bloque uniforme. Provenían de diferentes regiones de España —Galicia, Extremadura, Andalucía, Cataluña, entre otras—, hablaban lenguas distintas, tenían niveles educativos y trayectorias diversas. Muchos de ellos eran veteranos de las guerras de la Reconquista, comerciantes, aventureros, segundones sin herencia o incluso condenados. Por tanto, la «cultura española» que llegó al Perú no era una sola, sino una amalgama en sí misma.

Cuando hablamos del “encuentro de dos mundos”, debemos matizar: no fue un choque entre dos culturas monolíticas, sino entre múltiples grupos, con intereses distintos. El Imperio inca estaba lejos de ser una unidad compacta: su expansión había sometido a numerosos pueblos, muchos de los cuales estaban descontentos con el dominio cuzqueño. Estas poblaciones jugaron un papel crucial aliándose con los españoles, sin cuya ayuda no habría sido posible la rápida caída del Tahuantinsuyo. El cerco de Lima es un ejemplo elocuente: las crónicas señalan que sin el apoyo de aliados indígenas, los españoles difícilmente habrían resistido el asedio inca.

Sincretismo y transformación cultural

La conquista dio paso a un proceso de sincretismo que continúa hasta hoy. Este fenómeno se manifiesta en las festividades religiosas —como el Señor de los Milagros o la Virgen de la Candelaria—, en la arquitectura, en la música y en el arte popular. Pero el sincretismo no fue exclusivo de españoles e incas: fue y sigue siendo un mosaico en constante expansión.

Durante el virreinato, la llegada de personas esclavizadas desde África añadió una dimensión fundamental. A pesar de su condición, los afrodescendientes legaron aportes decisivos: ritmos como el festejo y la zamacueca, platos como el anticucho, el mondonguito y la carapulcra, así como expresiones lingüísticas, religiosas y sociales, que forman parte esencial de la cultura peruana.

Ya en la etapa republicana, nuevas migraciones profundizaron esta diversidad: chinos y japoneses llegaron en el siglo XIX y dejaron huellas imborrables. El chifa —símbolo de la fusión chino-peruana—, el barrio chino de Lima, o la cocina nikkei son solo ejemplos de cómo el mestizaje se manifestó en la vida cotidiana. Además de la gastronomía, estas comunidades transformaron el comercio, la agricultura, la industria y la vida urbana del país.

En tiempos más recientes, la migración venezolana está comenzando a dejar una nueva marca en el tejido cultural. Y no todo pasa por la migración: con internet y la globalización, elementos culturales de Estados Unidos, Corea del Sur (como el K-pop) y otras regiones del mundo han sido apropiados y reinterpretados por los jóvenes peruanos. Esto ha dado origen a expresiones híbridas, como el Q-pop, o nuevas formas de sociabilidad y consumo cultural.

Nuestra identidad es mestiza, compleja y en evolución constante

Entonces, ¿somos incas o españoles? Quizás esa no sea la pregunta adecuada. Ser peruano es, ante todo, ser el resultado de múltiples capas históricas: pueblos originarios, civilizaciones preincaicas, el Tahuantinsuyo, la colonización española, las resistencias indígenas, el Virreinato, la independencia, la República, las migraciones, los flujos globales. Nuestra identidad no es lineal ni estática. Es un río de muchas vertientes, en constante movimiento.

Aceptar nuestra herencia múltiple no significa negar ninguna parte del pasado, sino reconocer que cada una ha contribuido a forjar lo que somos. En esa complejidad, lejos de la pureza, reside la verdadera riqueza del Perú.

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