“Mas los tiempos trágicos son pródigos en resurrecciones. (…) Comenzaron a deslindarse fronteras entre hombres y animales, y entre hombres y hombres, y animales y animales”
Los perros hambrientos (Ciro Alegría, 1939)
En el Perú, el periodo de violencia generalizada durante los años del conflicto armado interno (CAI) entre el Partido Comunista del Perú – Sendero Luminoso (PCP-SL) y el Estado peruano ha sido una fuente inagotable de relatos, representaciones cinematográficas, entre otros discursos. En este contexto, la literatura se consolida como uno de los medios predilectos para el ejercicio de construcción de la memoria. Se han emitido múltiples versiones, tanto desde los discursos oficiales como desde las narrativas alternativas, y es probable que se sigan produciendo nuevas interpretaciones. Jauría (Tusquets, 2025), novela debut de la periodista y escritora Patricia del Río, se incorpora a este amplio corpus de obras que habilitan un espacio para articular, desde la ficción literaria, la memoria como herramienta y vehículo para confrontar silencios del pasado.
¿Qué voz puede hacerse cargo de los muertos, de los desaparecidos, de lo que fue barrido por la violencia? Jauría acepta el desafío que implica responder esa pregunta. La historia de toda una comunidad devastada por los abusos durante el CAI se condensa en una sola persona, una mujer anciana que no tiene nombre, pero sí memoria. Ella actúa como portavoz de una historia que trasciende la suya propia, de familias que desaparecieron sin dejar más rastro que sus perros y las tierras que habitaron. Es precisamente eso que permanece —lo que sobrevive en soledad— el punto de partida para reconstruir un pasado fragmentado y profundamente doloroso.

A través de los diez relatos que llevan el nombre de los perros que acompañan a esta mujer anciana, accedemos a las tragedias que ellos presenciaron y a las memorias de vidas humanas que custodian. Es por ello que escogí iniciar este artículo con una frase de la obra de Alegría que evidencia que la frontera entre lo humano y lo animal es frágil, fácilmente traspasable. Los perros, precisamente, encarnan esa cercanía; no por nada el imaginario popular los ha consagrado como “el mejor amigo del hombre”. Nos parecemos más de lo que creemos. Los perros hambrientos retrata esta afinidad: en medio de la sequía, hombres y animales sufren por igual; la desgracia no distingue especies. En Jauría ocurre algo similar. Los diez perros que acompañan a la protagonista arrastran las huellas del dolor y la injusticia vividos por sus dueños. Cada uno de ellos es un espejo de la condición humana, no solo por su lealtad, ternura o resiliencia, sino también porque encarnan, en algunos casos, la misma maldad que habita en los hombres.
En cuanto al aspecto formal, Jauría está escrita en un lenguaje que reproduce de manera impecable la oralidad propia del testimonio. Con maestría, Del Río se vale de este recurso lingüístico y de la incorporación de documentos no ficcionales —como notas periodísticas y fragmentos de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR)— para acercar al lector a una realidad que ha sido desplazada del imaginario colectivo. Lo que hace la novela, como bien señaló la autora en una entrevista, es recuperar en su lenguaje aquello vivido, haciéndole un homenaje a esas víctimas de las que Perú se ha olvidado (RPP Noticias, 2025). Así, nos atrapa desarmados, carentes de memoria y de conciencia colectiva, y nos obliga a enfrentar la crudeza con la que se asesinaron familias, se abusó de niñas, y se desapareció a jóvenes. Lejos de simplificar el conflicto, la novela da cuenta de que la violencia afectó y fue ejercida por ambos lados. Así lo evidencia una cita clave:
“Hay madres que ni siquiera están seguras con qué bando se fueron sus hijos” (Del Río, 2025, p. 45).
Durante esos “tiempos de muerte”, como los llama la protagonista, la violencia se instaló en las vidas cotidianas de toda una comunidad, un reflejo de lo vivido en distintas partes del país. Actos igualmente atroces —o incluso peores— se vivieron en muchos otros pueblos, no solo en Ayacucho. La muerte y el terror recorrieron el país entero, y esa herida, que aún no termina de cerrarse, nos debería seguir indignando a todos. El propio título de la novela evoca una colectividad: una jauría que puede ser de perros, pero también de seres humanos. De esa manera, Jauría no solo reconstruye el dolor; también nos interpela, nos sacude, y nos recuerda que el olvido es una forma más de violencia. No somos animales, pero tampoco estamos muy lejos de serlo. En esa cercanía, en ese espejo compartido, hay también una posibilidad de ternura, de lealtad y de resistencia. Recuperar estas memorias dolorosas es un acto necesario, pero también una forma de expiación: escribir sobre lo que se quiso silenciar es abrir un camino hacia la justicia, hacia una escucha más profunda y, quizás —algún día—, hacia una verdadera reconciliación.
Referencias
Del Río, P. (2025) Jauría. Tusquets.
RPP Noticias. (2025, 7 de mayo). “Jauría: la primera novela de Patricia del Río #LASCOSASRPP | ENTREVISTA [Video]. YouTube. https://youtu.be/H4kFe7w6qRE?si=PJCiuKBMMvlKq0gS