El personaje de la madre es recurrente en la literatura universal. Así, existen expresiones desde la poesía: Vallejo lo manifiesta en Trilce (1922) al configurar una figura materna idílica, mientras que Blanca Varela en Ejercicios materiales (1993) expresa un rol de maternidad que cuestiona su lugar en el hogar. En la cuentística tenemos el relato de Ciro Alegría, «La madre» (1963) en donde un animal amazónico derruye al protagonista. Por otro lado, en la prosa de Magda Portal, «círculos violetas» (1926), se diseña a una madre que toma una decisión trágica. En tanto la novela, en La madre (1907) de Máximo Gorki la protagonista se termina por convertir en una líder revolucionaria, así como también, Branda Navarro, en Casas Vacías (2018) explora la crisis de quien pierde a su hijo. En el campo de la narrativa gráfica, Hiromu Arakawa, con Fullmetal Alchemist (2001), transforma a la madre en el motor central de la historia, al mismo tiempo, en la adaptación gráfica de Daniela Gamarra sobre Rosa Cuchillo (2021), la madre es quien busca a su hijo en el Hanan Pacha.
Pero, ¿qué ocurre con la dramaturgia? ¿Existen expresiones peruanas sobre la figura materna en el teatro? La respuesta es sí. Para contextualizar, tras su periodo en prisión, José María Arguedas decide viajar a Sicuani – Cusco. El escritor obtiene un trabajo como docente en el recién inaugurado colegio Mateo Pumacahua. Ejerce la docencia desde abril de 1939 y allí conoció a diversos jóvenes estudiantes. Muchos de estos se convirtieron en destino creadores y divulgadores culturales: Fabio Farfán Hernández, Guillermo Cáceres, Demetrio Zamalloa, Faustino Vargas, etc. (Medina, 2014) y el más conocido Blas Aguilar. De entre el vasto número de representantes se encuentra Reneé Hercilla Velarde. Sus primeros escritos son revelados en las páginas oficiales de la revista Pumacahua (1939), en donde él realiza parte de la dedicatoria y expresa su deseo de divulgar este material a todos los confines latinoamericanos.

José María Arguedas reunido con todos sus alumnos del colegio Pumacahua en 1949
(foto: extraída de Kanchi. La provincia de Canchis a través de su historia)
De acuerdo con las imágenes que proporciona Farfán (2015), Hercilla se convierte en docente del centro escolar Mateo Pumacahua en 1952 a la edad de veinte y seis años. Al año siguiente, a razón del aniversario fundacional de su ciudad, junto con otros autores, publica el texto Nuestra ofrenda lírica a Sicuani (1953). En este texto se manifiesta dos piezas teatrales, siendo la más destacada las «Joyas de una madre». Lo primero que llama la atención es que la historia no se sitúa en un espacio andino, sino que transcurre en un periodo post bélico de las guerras Púnicas entre romanos y cartagineses. Se recurre a dos referentes históricos como el general latino Scipio Africanus y a su hija Cornelia la menor. Esto otorga un grado de verosimilitud con la serie de acontecimientos que se revelarán en la historia.
En la escena interactúan Cornelia la menor y su compañera Lucrecia (quien consideramos que esta última es una reinvención de la figura de la heroína clásica romana), ambas dialogan sobre sus quehaceres cotidianos.
CORNELIA. Lo que es yo, … tu ya comprendes; no puedo salir ni a los baños públicos ni al circo. La mayor parte del tiempo lo paso atendiendo a mis hijos. / LUCRECIA. Y a propósito, ¿cómo están tus niños? / CORNELIA. Cada día más hermosos. (Hercilla et al., 1953, p. 49)
Lucrecia invita a Cornelia a compartir un tiempo de esparcimiento, pero esta menciona que tiene responsabilidades mayores: sus hijos. En la antigüedad el circo no era un espacio de algarabía con bufones de por medio, sino un amplio anfiteatro en donde se disponían a los esclavos a realizar luchas cruentas para el deleite de la población. Así, también, los baños eran espacios colectivos en donde no solo era importante el aseo, además eran lugares en donde era posible el cotilleo. Sin embargo, Cornelia se restringe a sí misma esos momentos de distensión, está totalmente abocada a sus retoños. El infante se transforma en un eje de vida, un ser que debe cuidar y salvaguardar, un personaje que será sacralizado. “De este modo, hechos brutos se convierten acontecimientos significativos y trascendentes: al sacralizarse devienen valor” (Sánchez, 2003, p. 3).

Reneé Hercilla como docente del colegio Pumacahua en 1953
(foto: extraído del libro Estampas sicuaneñas y otros relatos)
La sacralización del infante consiste la configuración y puesta en valor de un proceso de significación recíproca madre-hijo, por lo que se intensifica una visión idealizada de valor del niño atribuyéndosele un carácter sagrado que debe ser afirmado por la progenitora. Esto implica la interiorización de un discurso sobre el tipo de maternidad “adecuada” que reafirma al hijo como la única razón de existencia de la madre. Así, “el niño tiene un valor cultural cuya representación fluctúa según determinados elementos socioculturales, políticos y demográficos propios de una época concreta” (Moncó, 2009, p. 360). Dentro de los discursos historiográficos, se sabe que Cornelia la menor, tras perder al esposo, desestimó un segundo matrimonio aduciendo la idea del cuidado de sus hijos. Esto resulta importante, pues coincide con la configuración del personaje en el que el acto de la abnegación materna no es un proceder moderno, sino que tiene referentes clásicos que buscan perpetuarse.
Así, los hijos de Cornelia son vistos como tesoros únicos e irreemplazables: “Mis hijos son las joyas de que te hablé [Lucrecia]… Las joyas más preciadas que tengo. Las joyas que no las igualo a ninguna otra y que no las cambiaría por todas las del mundo reunidas” (Hercilla et al., 1953, p. 53). En el relato, la protagonista hace un símil entre sus retoños y las piedras preciosas. Superpone a sus descendientes por encima de otros objetos. El personaje condensa la capacidad idealizadora que encierra la presencia del infante como ser sagrado. Se reafirma un ideario que idealiza la maternidad como el proceso en el que la mujer se sienta realizada consigo misma, tras concebir, y que el hijo es una porción importante en su vida, tal que la complementa y la hace sentirse digna. Así, el tejido social ha aceptado que toda mujer posee un “deseo materno” de poder tener hijos y que, a su vez, ha de poder estar presente en todo lo que este necesite.
De este modo, el relato habilita la idea de la imposibilidad del fracaso maternal y el compromiso cabal de la mujer sobre el hijo, hacerlo es propio de las buenas madres, quienes rechacen el imperativo social son relegadas a la condición de malas madres, lo que implicaría la configuración de un imaginario idealizado en torno al rol materno.
Bibliografía
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- Farfán, F. (2015). Estampas sicuaneñas y otros relatos. Municipalidad Provincial de Canchis.
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- Hercilla, R., Rodríguez, O. & Valencia, F. (1953). Nuestra ofrenda lírica a Sicuani. Empresa editorial Cusco S.A.
- Moncó, B. (2009). Maternidad ritualizada: un análisis desde la antropología de género. Revista de Antropología Iberoamericana, 4, (3), 357-384. Recuperado el 05 de setiembre de 2021, de https://www.redalyc.org/pdf/623/62312914005.pdf
- Ragúz, M. (1989). Maternidad/maternalidad y trabajo: «efecfos" del rol dual sobre los hijos y la pareja. Revista De Psicología, 7(1), 3-21. Recuperado a partir de https://revistas.pucp.edu.pe/index.php/psicologia/article/view/6630
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